Al terminar el libro, no dejaba de sentir cuántas cosas escritas tocaban mi propia identidad como mujer, como esposa, como amante, como madre, como ama de casa, como hija, como hermana. Terminé con un sabor de boca agridulce, agrio porque comprendí que casi todas estamos cautivas en el mito de la pareja feliz, cosa más alejada de la realidad, ni ellos son príncipes ni nosotras cenicientas vueltas al palacio. Somos seres humanos que hemos creado formas tramposas de relacionarnos, formas que evitan las relaciones igualitarias y claras, los dos géneros estamos inmersos en un constante intercambio de bienes, psicológicos, sociales y económicos. Y vivimos tan convencidos que las cosas tienen que ser así, que no nos damos cuenta de las distorsiones que encierra, mujeres perpetuadas en la sumisión y hombres perpetuados en un desgastante mando de los demás y de sí.