Durante la primera mitad de la década de 1970 y sobre todo de la muerte de Juan Domingo Perón en 1974, el escenario político se planteó complejo. Antes de asumir Perón en septiembre de 1973, éste había realizado una definición amplia y general de sus objetivos y eso había facilitado la coexistencia en su seno de numerosos sectores carentes de unidad en cuanto a metas y programas, lo que le permitió capitalizar simpatías y adhesiones en casi toda la sociedad; y particularmente al interior de esos respectivos grupos. Esta situación dejó de favorecerlo al acceder al gobierno; las diferentes tendencias comenzaron luchas extremadamente tensas para justificar sus aspiraciones a ocupar cargos y posiciones políticas. Como consecuencia de esos conflictos se agudizó la crisis social y el debilitamiento de las capacidades de intervenciones estatales. Así, el peronismo quedaba dividido, posicionándose en una situación de fragilidad al momento de enfrentar el caos general que vivía el país. La desarticulación del justicialismo se profundizó aún más tras la muerte de Perón y continuó durante el gobierno autoritario, entre 1976 y 1983.