La literatura mexicana cuenta con gran vigor y buena salud. Las estadísticas reflejan un aumento considerable en la actividad editorial en detrimento del número de lectores, que no se debe confundir con el número de consumidores. Esta situación no deja de diagnosticar una crisis en la que el objeto literario con finalidad estética se transforma en un bien de consumo, en un producto más de la industria cultural, lo que implica profundas modificaciones en el proceso de producción. Habida cuenta de que el texto literario cobra su valor último a través de criterios extraliterarios, notamos que muchas veces, sino las más, en la sociedad de consumo dichos criterios atienden a la lógica del mercado —como espacio simbólico descentralizado de circulación de bienes y servicios— y se resumen en variables como instancias mediáticas de visualización, empuje editorial, padrinazgos, pertenencia a un grupo, solvencia económica y formación académica, en donde la literatura se transforma en un adorno a exhibir y en un lugar común, lúdico y hedonista, capaz de ser modelado desde las más diversas aristas.