Si tenemos en cuenta que la naturaleza también ha dispuesto al varón a la receptividad, y no sólo a cumplir con un papel netamente penetrador; si en el varón, además del pene, la próstata, es otro órgano que le brinda la posibilidad de manifestar y vivir de una manera distinta y más amplia su virilidad, si así lo quisiera; si, por otra parte, anatómica y funcionalmente está capacitado para acoger, física y emocionalmente, a otro individuo cualquiera y desarrollar una sexualidad versátil; si, en fin, reconocemos que la naturaleza ha hecho al varón un ser con múltiples capacidades sexuales, por lo cual no se puede seguir pensando que haya nacido predispuesto a posiciones exclusivas en el sexo; entonces, se hace necesario no sólo redefinir lo que significa ser hombre, sino también darle un sentido distinto, más amplio -y más acorde con esa naturaleza indeterminada con la que ha nacido todo varón y toda mujer- a la masculinidad.