La resiliencia no es un proceso que aparezca espontáneamente; responde a una lógica subjetiva e intersubjetiva, que se construye desde los sujetos y que luego impacta en la forma como se organizan los vínculos familiares. En principio, se requiere tener el deseo de vivir, aún en medio de la muerte. Si la persona es arrasada por lo mortífero, no hay posibilidades de resiliencia. Debe existir un anclaje a la vida, porque ello es lo que permite resignificar situaciones enlazando un nuevo porvenir del lado de la existencia. Igualmente, es importante que no haya patologías psicológicas mayores como antecedentes, toda vez que ello obstaculiza la flexibilidad y la posibilidad de establecer nuevos vínculos sociales, así como la apertura de los vínculos familiares. Es posible, mediante intervenciones políticas y sociales, generar acciones de movilización en las personas y las familias que promuevan en ellas herramientas resilientes. Pero al mismo tiempo se requiere que exista un piso sobre el que se pueda construir la resiliencia.