Existe un instante, quizás de silencio y abandono, en el cual las palabras saben distintas. Como si al pronunciarlas se transmitiera algo más profundo, aun más duradero que nosotros. Hay quienes creen en su uso, otros en su advenimiento por medio del silencio, como un augurio que anuncia lo originario, aquello que aguarda a la espera de ser atendido, recibido. Es entonces cuando el ser humano y su realidad se encuentran en la palabra, y en el entre que los distancia: el puente creador que los aúna: espacio y tiempo de la alteridad. Algo más por decir. Algo queda por escuchar. Porque somos cocreadores de un mundo que no ha cesado de formarse. Expansión que hace de las sombras más grandes de lo percibido. Y así, habitamos en el exento del mundo, en el otro o lo otro. Un camino de hospitalidad donde sólo se encuentra la inevitable intemperie como si estuviésemos confinados a vivir entre luces de luciérnaga que, en la oscuridad de la noche, parecen ser la ruta más certera a seguir, a pesar de la brumosa vista que a veces nos entregan.