Cuando Porfirio Díaz llegó a la silla presidencial, México ya había vivido medio siglo de guerras y desordenes internos —pugnas de republicanos y centralistas, las guerras México-Estados Unidos y de Reforma, dos intervenciones francesas y enfrentamientos de liberales y conservadores, por citar los acontecimientos más relevantes. Por tanto, la necesidad de la paz se hizo imperiosa, y así lo entendió el general Díaz, quien sabía de la importancia de terminar con la violencia de las décadas anteriores, para dotar al país de la tranquilidad necesaria y permitirle así progresar en todos los sentidos. De esta manera, se hizo necesario garantizar la gobernabilidad para mantener bajo control a los grupos inconformes, lo que provocó una tensa relación entre las fuerzas armadas, encargadas de preservar el orden, y la sociedad, que sufrió los abusos de una paz impuesta, especialmente en Veracruz, entidad de suma importancia por su posición geográfica, sus riquezas naturales y por ser el principal acceso al Golfo de México, puerta de entrada y salida al país y punto de comunicación con los países europeos y americanos.