“Qué error el haber pregonado precisamente el fin de la sociedad de consumo” escribía recientemente Gilles Lipovetsky, “cuando está claro que el proceso de personalización no cesa de ensanchar sus fronteras. La recesión presente, la crisis energética, la conciencia ecológica, no anuncian el entierro de la era del consumo: estamos destinados a consumir”. La tesis del “Consumismo estructural” parte del hecho de que nuestra sociedad no es solamente una sociedad constitucional sino, al mismo tiempo, una sociedad consumista que, como tal, ha de reproducirse, educando a su población en general, y a las generaciones más jóvenes en particular, en valores propicios a la dinámica consumista. Partiendo de esta premisa surgen innumerables preguntas a las que tratamos de responder desde un punto de vista axiológico: ¿existen, como tal, los valores del consumismo? ¿Son valores que sólo se activan en ocasiones específicas, o son por el contrario valores que se han aventurado a la conquista de todas las dimensiones del individuo? ¿Podemos ver el consumo como una lógica específica, diferente a la capitalista? De existir ¿Cómo afecta esta nueva lógica a los individuos y a sus comunidades vitales?