El docente tiene su propia oralidad, proveniente de su mundo de vida cotidiana y su acervo de conocimiento a mano; durante su interacción, a través de la práctica pedagógica, entra en discrepancia con la de los niños, quienes vienen a la escuela con sus hábitos comunicacionales de mundos de vida distintos. La educación tradicional contradice a aquellas prácticas pedagógicas que están basadas en una didáctica que suscite el diálogo, el escuchar, oír, el hablar, el amor, el reconocimiento de las formas comunicativas y la alteridad durante el proceso de enseñanza y aprendizaje de los niños. La oralidad es el sistema de comunicación humana que promocionan los maestros para que los niños desarrollen sus potencialidades en los ambientes de aprendizaje en la etapa preescolar. Debe ser entendida como una acción inmersa en un proceso que está signado por el profundo amor que existe entre los actores educativos, reconocimiento de unos a otros y una relación dialogante, en la cual prive la profesionalidad y la vocación de servicio de quien la motiva, con la aplicación de teorías, métodos, estrategias y recursos didácticos, acordes al desarrollo psico-biológico y social de quien la recibe.