Las experiencias con alucinógenos (de preferencia cuando son guiadas), crean una nueva disposición orgánica en el sistema nervioso humano y transforman el entorno. Acontece la vida como una alternativa a las coordenadas incorporadas en la evolución del sistema nervioso durante millones de años. La divinidad y el mundo dejan de estar en el reino de la conciencia y son vivenciados en el ámbito de la sensibilidad. No es que se aniquile la conciencia, sino que es experimentada en el dominio emocional. Quien ingresa en las visiones alucinógenas se encuentra con sus emociones y representaciones. Con la sensibilidad. En este sentir diferente y expansivo, la divinidad se comunica de forma personal y con sentido, incluso sin aludir a los nombres de Dios ni a los símbolos del cristianismo histórico (aunque quizás sí como el misterio Cristo). Este fenómeno es llamativo y desafiante de toda la comprensión sobre la vida y para las comunidades de fe. Por eso es pertinente para la reflexión y para quienes buscan ahondar en su fe y en el sentido de su existencia. Valga decir que también para quienes sienten que la vida les habla e invita; la vida en sus manifestaciones plurales.