Una posible alternativa para construir la esperanza en un mundo mejor puede partir de la recuperación del poder de la ciudadanía; por lo menos esta es una posibilidad que gana consistencia en el discurso de Hannah Arendt. Un pensamiento que siendo frágil también es propositivo, que siendo amable es consistente, que sin ser sofisticado es profundo y sin ser utópico es redentor. Presento así el enfoque arendtiano de la participación política, no para prometer paraísos terrenales, ni soluciones holísticas; sino para reivindicar el sentido de la libertad. Libertad sin la cual no podríamos ascender hacia la dignidad, ni pensar, ni perdonar, ni prometer; en suma, perderíamos el infinito poder hermenéutico de la voluntad respecto al pasado, presente y futuro, que permitiría liberarnos del determinismo y de la cosificación y superar la condición de idion (que sólo tiene intereses privados). A partir de la libertad es posible la autonomía de la voluntad para querer considerar al “otro”, ampliando los márgenes de comprensión y haciendo viable la solidaridad.