Esta investigación comenzó a gestarse un día domingo de hace once años atrás, cuando un niño de no más de un año de edad, por iniciativa propia, se subió con un cuento sobre un pequeño cajón, se quedó de pie sobre éste y sólo, sin preocuparse de que lo estuvieran observando, abrió el libro y comenzó feliz a dar vueltas las páginas una a una, imitando la lectura de éste a través de un lenguaje inventado en ese momento, utilizando diferentes tonos, ritmos y gestos a medida que iba avanzando su historia, y cuando llegó al final cerró su libro y miró a su alrededor diciendo en forma poco clara “y colorín colorado este cuento se ha acabado”. Este evento orientó la preocupación de la investigadora por el fomento y el aprendizaje de la lectura en la primera infancia, asumiendo el hecho de que ese juego de lectura relatado no se habría dado si ese niño no hubiese tenido un contacto cercano con los cuentos en los primeros meses de vida, y sin duda fue también un gatillante en el aprendizaje posterior de la lectura, ya que a los cuatro años de edad, sin presiones y por iniciativa propia, manifestó su deseo de aprender a leer.