El ser humano cuenta con determinadas estrategias de autorregulación emocional y de actitudes sociales; las aprende del ambiente en el que crece, y las ensaya muchas veces a lo largo de su vida y en diferentes circunstancias, sosteniendo aquellas que les han funcionado o que les implica menor esfuerzo. Sin embargo, estas estrategias utilizadas por la mayoría, no siempre son las más adecuadas para apoyar durante el proceso de aprendizaje, sobre todo en los difíciles años de la educación secundaria, el momento de la mutación, como dice Dolto (1997), cuando surgen nuevas demandas sociales, fisiológicas y académicas, así como a una serie de importantes e incontrolables cambios en su estructura psicológica, física y social, y que de no contar con las estrategias de autorregulación de emociones y actitudes sociales que le permitan enfrentar estos cambios, pueden surgir problemas mucho más serios como depresión, drogadicción, alcoholismo, vandalismo, ausentismo o deserción escolar, situaciones que evidentemente afectarían su aprendizaje y su desarrollo en general.