En nuestros días, las formas de cortesía se conciben por gran parte de la población como un protocolo postizo, una falsa máscara personal que oculta nuestro auténtico "yo". De este modo, una nueva psicología de la conducta parece imponerse: aquella que expresa tan pura como cruda, nuestras "vivencias" más interiores sin tener en cuenta las formas exteriores. Pero el individuo vivencial es, antes que ello, persona social. Las "vivencias" psicológicas solo se moldean en la acción respectiva con los otros. La plebeya transparencia de las emociones, como aconseja Diderot respecto al actor y, por tanto, a la persona misma, es síntoma de un individuo débil e innoble, para el cual la verdad de la escena, es decir, del complejo y portentoso juego dramático en el cual nos desenvolvemos, es despreciado. Nuestra filosofía común suele incidir más en un sujeto rico en sus inherentes y naturales emociones creadas de no se sabe dónde ni para quién, sin ademanes ni gestos, sin cortesía ni sombrero, sin máscara en definitiva, pero que parecen ser hoy día valoradas como el tesoro más preciado y auténtico del individuo.