En un tono narrativo, el autor, un veterano sociólogo de la segunda generación, sigue su propia trayectoria al rememorar al fundador de la sociología colombiana, cuando era un infante y Orlando regresara de los Estados Unidos como Bachelor of Arts. Músico según era, Orlando compuso una canción por la paz de Colombia, un deseo común en especial para todos los científicos sociales que apenas se vislumbra probable ahora, a ocho años de la muerte de Orlando. Tras la semblanza del gran maestro, centrada en el arquetipo del chivo expiatorio, el autor presenta más de siete nuevos argumentos para demostrar la relevancia universal de su obra pionera: un inédito examen de la Wertbeziehung de Orlando como miembro de la rama calvinista del protestantismo, volcado a encontrar índices de salvación ya no en oro o poder, como sostenía Weber, sino en el pueblo, casi como en una paráfrasis del lema del filósofo Espinoza: Deus, sive populus (Dios, esto es el pueblo); el carnaval como inspiración epistemológica; talento musical y escucha profunda a las voces del pueblo; agudeza inusual para el análisis en una teoría integrada; sólida preferencia por los mundos de la vida; épica de no violencia.