Lacan recomendaba no ofrecer un psicoanálisis a los canallas y Gardel, "no avivar a los giles". Discépolo define al siglo XX como el imperio de la viveza y la corrupción generalizada que toma todos los estratos de la vida social nos permite pensar que su definición ("el que no llora, no mama, y el que no afana, es un gil") continúa válida en el siglo XXI. A la ley universal del sujeto moral de Kant se ha substituido la pasión de todos por ser la excepción que confirma la regla (de los otros). El problema es que, como esta excepción se ha tornado regla -la de la viveza-, resulta difícil imaginar qué será de los bobos el día en que se realice la soñada nación de los malandras. Curiosa dialéctica del piola y del gil -versión bufa del legado hegeliano- que el autor se dispone a examinar en este trabajo. Menos para sumarse a la legión de los descontentos (o sea, de aquellos que llegaron tarde al reparto de la torta), que para demostrar que resulta de un nuevo discurso vigente en la civilización. El discurso del cínico que, como cualquier otro, determina los vínculos sociales en que se realiza y se ejercita nuestra subjetividad.