Nuestra salud depende en gran medida de los estilos de vida que adoptemos, fundamentalmente de nuestros hábitos alimentarios y de actividad física. Hábitos que son modificables y, por tanto, educables, sobre todo durante la infancia. Sin embargo, la realidad del estado alimentario de los escolares de nuestro país es cada día más preocupante, con unas cifras de obesidad infantil sin precedentes. Hasta ahora, la responsabilidad de educar en hábitos saludables a los más pequeños recaía fundamentalmente sobre la familia. No obstante, la situación social actual, con una escasa conciliación laboral-familiar y una gran presión publicitaria hacia el consumo de alimentos malsanos, hace que la escuela se convierta en un ámbito obligado de educación para la salud, y el maestro, por ende, en un agente de educación para la salud. Por tanto, para abordar la problemática creciente de la malnutrición infantil deberíamos contar una mayor presencia de la educación alimentaria y nutricional en el currículo escolar y, como punto de partida, incluir esta formación en los planes de estudio del grado en maestro de educación, tanto de la etapa de infantil, como de la etapa de primaria.