Perú, el rico heredero del más grande virreinato de la época colonial, ha debido transitar por un pedregoso camino para llegar a ser lo que es, aún un país de grandes desafíos para su integración y modernidad. Uno de los fenómenos decisivos que reconfiguró su composición y tradición fue las migraciones que se dieron del campo a la ciudad. Fenómeno que empezó en los años 40, la migración logró consolidarse paulatinamente en los siguientes años con las oleadas de andinos que llegaban a la urbe en busca de mejores condiciones de vida. Para el periodismo limeño, a través del cronista, ese paseante con mirada escrutadora, es una avalancha que lo envuelve, lo conmueve y lo persigue desde los años 80. El rostro del Perú en esos años es otro, atrás queda la cultura criolla, representativa de las élites sociales e intelectuales peruanas y de las que eran eco los sectores populares. En este estadio arrecia un nuevo rostro de la ciudad, una nueva cultura, un híbrido que se instala en las principales ciudades costeñas, pero más aún en la capital. El andino que llega a la ciudad con su pobreza y sus temores aprende a adaptarse y reconfigura una nueva cultura popular citadina.