El tango fue procreado por muchos padres que cual hijo bastardo fue abandonado en los suburbios de Buenos Aires. Se crio en calles polvorientas de barrios miserables donde todo se vende “para pasar por el conventillo y terminar en el prostíbulo como joven libidinoso”. Salió a Europa para buscar los oleos de la confirmación, dejo un legión de ilusos músicos muertos por el alcohol y la tuberculosis que fueron tras la quimera. Volvió a su tierra de la mano de un noble Argentino, y a la voz de su estadía en Europa, el tango fue aceptado por la hipócrita oligarquía que lo despreciaba en público pero que lo bailaba en las casas de niñas que solían frecuentar solapadamente. Triunfó en su tierra y salió al mundo ya no de polizón; si no como gran señor en primera clase y con aires de gran señor. Llego a chile en los años treinta y se quedo como algo propio y sobre todo en Valparaíso, que lo acogió con los brazos abiertos porque algo de inmigrantes también tenemos.