El tiempo, hablaba Heráclito, descansa cambiando. Amparado en su deslizamiento y en su fluidez, se resiste a ser cosificado. En la música adquiere cierta corporeidad. Acaso por estas cualidades suelen adosársele de manera reduccionista rasgos que remiten exclusivamente a la dinámica, desconociendo que en él se aloja la quietud. Al espacio, en contrapartida, se lo caracteriza por su estabilidad. Pero en la imagen fija hay trascendencia temporal, una simultaneidad que densifica el suceder. Tiempo en el espacio y espacio en el tiempo. Éste puede provocar sensaciones de permanencia y la imagen fija ilusiones de movimiento. Tiempo y espacio son contenidos del arte en cuyas operaciones formales cobran sentido categorías cruciales de la vida. Lo explícito y lo silenciado. La elipsis que trabaja con dos sistemas de causalidad diferentes y obliga a un esfuerzo, a una percepción más lenta. En esa propiedad del arte, en su capacidad para abordar las cuestiones humanas de manera oblicua, es posible rastrear una matriz epistemológica y, con fortuna, algunas pistas para su enseñanza. Sobre estos asuntos trata este libro.