El ejercicio de la docencia es uno de los pilares fundamentales en la construcción de una sociedad. En este sentido, la escuela se convierte en uno de los espacios que posibilitan la adquisición de ciertas actitudes, puntos de vista y competencias que serán necesarias para que un individuo se desenvuelva acertadamente en comunidad. Aquí subyace la importancia intrínseca del proceso escolar: se le dan herramientas al estudiante para que este pueda pensar su contexto y pensarse a sí mismo inmerso en él. En este sentido, la escuela más que un conglomerado de espacios académicos debería ser un espacio de pensamiento en el que el estudiante pueda involucrarse en procesos de comprensión de su realidad, de exposición a nuevas perspectivas disciplinares y, sobre todo, un espacio que le permita al estudiante cuestionar todo eso que se aprende. Sin embargo, aún estamos lejos de este ideal. Todavía estamos en un proceso lento de superación de un modelo que enseñaba a memorizar, a repetir, uno donde importaba más el dato. Si la consigna es preparar al individuo para un futuro en sociedad, este modelo se aleja mucho de la realidad de los estudiantes.