Una vez terminadas las acciones bélicas con la caída en 1521 de Tenochtitlan, la legendaria ciudad de los aztecas, algunos conquistadores relataron sus hazañas y otros, sacerdotes y/o médicos, escribieron sobre las muchas novedades que fueron conociendo en el territorio ocupado por los españoles. Las anécdotas recordaban con frecuencia la sorprendente flora y la rara fauna que habían encontrado a lo largo del trajinar por el país de los mexicas. La exuberante vegetación, su misteriosa belleza, su probada eficacia en la cura de males desconocidos y su presencia en las comidas indígenas fueron conquistando los sentidos del hombre europeo. En los escritos se hacía referencia a las extrañas hierbas milagrosas de los indígenas, y muchas veces la fantasía desbordó la imaginación de los autores hablando de árboles cuyas ramas penetraban en las nubes o de peces que se tornaban en mariposas. A través de estos relatos, la sociedad europea se enteró de que en las maravillosas “Indias Occidentales” las raíces de los árboles crecían fuera de la tierra y de que los aromas de las flores selváticas adormecían al viajero o le producían horripilantes visiones.