Me lleva a recordar algún día de los años 70 en un bondi que nos traslada al centro de nuestra ciudad, colmado “hasta las manos” de bulliciosos estudiantes portando su elemento de estudio bajo el brazo, entre los cuales algún trinomio que integro portábamos diferencialmente vinilos o discos con siglas como: YES, ELP Floyd, Santana, Almendra, Manal, etc. Alguna carpeta con pegatina de aquellos grupos y algún signo de la paz. Algún libro de Herman Hesse o Jacques Prevert. Y en largas charlas descubríamos los mismos gustos e ideas, los que nos hacía “cofrades”. Así he cimentado una amistad de por vida con César, un talentoso de la vida y virtuoso de la guitarra quien ha sido mi mayor influencia y fuente de mi admiración. Siempre nos preguntábamos ¿cómo seres como nosotros sentíamos cosas similares diferenciándonos del colectivo? (valga aquí la redundancia) ¿Qué antenas poseíamos para captar esas vibraciones que nos llevaba a pensar que con la música podíamos cambiar el mundo? Largas horas, noches, de escucha frente a un “Winco” escuchando a “Ten Years After” sonando Me gustaría cambiar el mundo. MIGUEL ANGEL ANTONIO.