La obra que me corresponde prologar es, desde mi punto de vista, el esfuerzo más consistente de orientación a la praxis criminológica que he visto en las últimas décadas en Centroamérica, y su prolija investigación es sólo el prolegómeno a una propuesta definitiva y urgente en nuestros países, por hacer posible una prevención del delito cercana con la comunidad y dentro de ella. Donde el problema del delito y del transgresor sea visto en un contexto más amplio de inequidad y desigualdad social, de integración y de reinserción social y de compromiso con la persona humana. Ya sólo estos elementos hacen este trabajo de lectura obligatoria para los políticos cuando la desazón de los discursos “pro víctima” se alimentan hoy de los gritos estentóreos de la tolerancia cero, de la presunta impunidad del Poder Judicial y de la necesidad de “medidas de shock” contra el fenómeno del delito.